domingo, 22 de junio de 2008

Constitución del Amor; Platón y su Andrógino...

En materia de amor, los últimos veinticinco siglos han pasado en balde: la humanidad no ha vuelto a agregar nada que valga la pena desde El banquete de Platón: disparates o reiteraciones es cuanto se ha dicho desde entonces. Hoy existen millares de novelas que se enciman hasta levantar un rascacielos de papel donde el amor se ve y se siente. Hoy, es un mar de teorías, que se contraponen, lo representan como un reloj desarmado y hasta sabemos cuál es su composición bioquímica: las sustancias que secreta nuestro organismo cuando nos sentimos enamorados. Y, sin embargo, para entender el amor, seguimos contando exclusivamente con el mito platónico de los andróginos: ni un milímetro más allá en la comprensión de su sentido se ha avanzado. El amor en El banquete es ese impulso por completarnos con el otro, por restituir con él la unidad perdida.

Pero, de qué unidad se habla?, en qué consistía el andrógino? Según Platón, era un ser doble: integrado por lo masculino y lo femenino en un solo cuerpo: como dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas que le servían para girar como una hélice por el campo. El andrógino era un ser completo y, como tal, sin necesidades y, por ello, indiferente a los dioses. Zeus -cuenta el mito- ofendido por el desdén que surge de la autosuficiencia del andrógino, decide partirlo en dos: reducirlo a la mitad: debilitarlo: convertirlo en un ser menesteroso a quien siempre haga falta su otra parte, pues de ese modo -cree Zeus- dejará de ser indiferente y tendrá que volver manos y ojos hacia el Olimpo como un ser sumiso y necesitado.

El amor surge entonces como un impulso hacia el otro, con la intención de recuperar la parte perdida, dice Platón, y dice bien: pero se queda corto, pues no agrega que el amor es, principalmente, un acto de rebeldía contra los dioses: la sublevación natural e inmediata contra la voluntad de Zeus, pues en sentido estricto es a causa del amor que las manos y los ojos de los andróginos fracturados no se dirigen hacia el Olimpo, sino más bien hacia los otros, hacia el abrazo, hacia la cópula que consigue anular, al menos en la práctica, el castigo de Zeus a nuestra indiferencia. Porque el amor, aunque pueda no completarnos, es un intento por remediar nuestro ser disminuido, nuestra mengua ontológica. Zeus lo comprende y por ello no sólo parte en dos a los andróginos, sino que revuelve las mitades para que no puedan reunirse con su mitad exacta, para que no embonen perfectamente; pero los hombres, más sabios que el mismo Zeus, en un segundo acto de rebeldía, se abrazan a cualquier mitad y consiguen, aun en medio de la imperfección, olvidar nuevamente el Olimpo, pues de hecho, aunque desean completarse con su mitad perdida, les basta con construir un remedo de unidad, una comunión aproximada para sentirse satisfechos: el amor real.

Burlado, Zeus enloquece y arrecia su castigo: manda la muerte a los amantes y, no contento todavía, los envenena con la muerte en vida: con el aburrimiento.

El nuevo andrógino (la pareja), mal soldado por el amor, vuelve a partirse por la muerte: uno de los amantes es arrancado por Zeus. Pero los hombres, más rebeldes que temerosos, prefieren la viudez a la beatitud y, aunque la muerte del otro los mate un poco, les desgarre las entrañas ontológicas, no por eso dejan de abrazarse, de buscar la comunión mientras dure la vida. Zeus contempla enfurecido la conspiración de los hombres, porque los amantes conspiran en el lecho: ahí se entrelazan, se mezclan y se funden y, con el orgamo, recobran la unidad: el amor sí puede contra la muerte, pues aunque mañana los amantes tengan que morir, hoy olvidan el Olimpo.

La muerte no es bastante: los hombres deberán conocer, aún, el aburrimiento, el hastío del otro, porque la vida, pese a su brevedad, dura demasiado para que los dioses soporten la indiferencia de los amantes y, por ello, Zeus pervierte el amor infundiéndoles el fastidio, el cansancio. El otro, la mitad que brilla, comienza a declinar mucho antes de que llegue la muerte: con el tiempo disminuye el estremecimiento que nos producía la unidad. Pero ni siquiera así consigue Zeus su propósito, pues en medio del hartazgo los seres humanos emprendemos una nueva rebelión metafísica: ya no el amor que finalmente es derrotado por el fastidio, sino la sensualidad, el placer instantáneo que al margen de comuniones metafísicas nos distrae, al menos durante unos segundos, de voltear al Olimpo.

En el mito del andrógino están las claves de la tensión entre el hombre y los dioses, entre el instante y la eternidad, entre la Tierra y el Cielo, pues, aunque de acuerdo con la lógica, cualquier ser partido por la mitad debería consagrarse a lo trascendente y hacer su existencia una vocación numinosa, lo que ha ocurrido es lo contrario: los hombres se entregan al amor inmanente, al placer instantáneo y terminan montando, para rabia de Zeus, su raquítico absoluto sobre el puro y rebelde presente.

Porque el amor y el placer no sólo sirven para rebelarse contra Zeus, sino cotra su obra: el universo: los amantes no sólo no miran al Olimpo: tampoco lo hacen hacia la naturaleza, ni hacia la sociedad: los amantes se encierran en una alberca de miradas y caricias cuyo destinario exclusivo es el otro y ese otro es suficiente para eclipsar el uiverso: también el mundo resulta ignorado por el desdén de los amantes, por el ramalazo de su indiferencia. Y por ello, quienes como Zeus son borrados, ninguneados y excluidos, maldicen el amor, pues la autosuficiencia y la autarquía que genera no son toleradas por nadie.

Así, quienes de espaldas a los dioses y al mundo se encierran a edificar su propio mundo, su paraíso, experimentan, al salir de él, la más grave decepción metafísica, pues, por contraste, el cosmos, pese a la propaganda filosófica, es la cosa peor hecha: aquí todo se destartala, todo se pudre, ni la pluma de quetzal aguanta. El amor también sirve para criticar el universo: a través de él se comprende la mala factura del cosmos: por qué no podemos dejar las cosas a medias y regresar al día siguiente y encontrarlas perfeccionadas, por qué no rige una tendencia antientrópica, por qué dura más el tiempo en el fastidio y no se demora y es lento en la dicha, por qué estamos mejor capacitados para perseverar en el dolor y, en cambio, la felicidad se nos apaga inmediatamente?

Constitución del Amor
Oscar de la Borbolla.


Iba a compartir otro, pero este me parece muy bueno... ademas, es mas cortito :p... creo...

8 comentarios:

Tapiocadas dijo...

Este es el cortito?

el amor real solo existe en novelas, que no?

Tapiocadas dijo...

alerta con estupidez, es un estado muy comun. por lo menos en mi.

la mama de mariana diria, que se ponga a trabajar y a estudiar una maestria.

Tapiocadas dijo...

naaa mejor seguire tu consejo y me la voy a pasar trabajando.

que quiciste decir con rrrrrrrrr, saberlo?

Suly... dijo...

Porque me equivoque al escribir la palabra "saberlo"... me falto la r, y por eso....


Heeey, no es mi consejo solo digo que es bueno para miiiii, mantenerme ocupada lo mas que se pueda... :p...

Josefina Palma dijo...

¿que onda my Suly?

sabes que, como ando en examenes y esto, desgraciadamente todavia no salgo de vacasiones, imprimire tus dos ultimos post para leerlos con mas tranquilidad y sus titulos me gustan asi que con un juguito un pan o galletas, jaja. despues te digo mis comentarios :P

saluditops

DR3AM5 dijo...

qe onda!
gracias por el comentario
trataré de sonreir mas aunque me cueste XD
o algo asi <<

sale cuidate mucho nos vemos =D

: ) dijo...

completarnos con el otro, por restituir con él la unidad perdida... Me gustó !

Yo prefiero a Morfeo !

Rock Wolfville dijo...

haay sully disculpa que use este espacio para un comentario tan irrelevante para tu post pero pues ya ando por aquí leeré mas detenidamente la entrada para ahora si hacer un comentario que valga la pena... y esque ando en friega ni he estado en mi casa :S bueno pues, baay