domingo, 24 de agosto de 2008

Dios Sí Juega A Los Dados: El Telescopio de Escher... (segunda parte)...

Para saber del porque de esta redacción favor de, si gusta, leer el post anterior al de Cirugia... Si le vale queso... vaya a ver si ya puso la marrana (con tooooodo respeto.)

Advertencia: Si usted todavia piensa que a los bebes los traen de París, favor de no leer este post... su inocensia quedara echa añicos... [Awas Jossy, awas... (es que eres una bebe...:$...un abrazo!)]

continuación...

A esas horas son ya pocas las ventanas con luz: están las de la fiesta, la del vecino insomne que lee hasta el amanecer y más allá, los cuartos del sanatorio que se van encendiendo y apagando de acuerdo con la ronda de las enfermeras nocturnas. Ella no puede quedarse ahí mirando las ventanas toda la noche, debe hacer algo más. Detrás de su balcón necesariamente habrá una sala o un dormitorio, alguien que la llame desde el dormitorio. Sin embargo, no hay nada o al menos no se sabe, pues Francisco, en vez de haber seguido trabajando en su casa, se fue a una fiesta y la historia del telescopio se halla detenida por más que ahora haga esfuerzos por imaginar qué hay detrás del balcón y cómo es el dormitorio.

-Estás muy distraído... si te aburres podemos irnos.
-No, estaba pensando.
-Tú siempre estás pensando...

Genoveva le reprocha su incapacidad para adaptarse a las situaciones que ella disfrutaba y yo, al escuchar sus quejas, comprendo que también la historia de Francisco está bloqueada, que hace falta cambiar de escenario cuanto antes e introducir algún pasaje que dé mayor tensión al relato:
Francisco regresa a su departamenro con la idea de tomar el bolígrafo para averiguar qué pasa con la mujer del telescopio; pero Genoveva tiene otras intenciones, pues es lógico que haya calculado que sus padres, entre la desvelada y los brindis, no se preocuparán por ella si no hasta muy entrado el día siguiente, y por eso abraza a Francisco, le sonríe maliciosa y comienza a desabotonarle la camisa. Él lanza una mirada de reojo a su mesa de trabajo y, sin afligirse por el nuevo aplazamiento, busca por la espalda de Genoveva un cierre que baja lentamente. Ella echa los hombros hacia adelante y el vestido escurre por sus brazos: las medias copas del brasier empujan unos senos voluminosos hacia arriba. Genoveva es joven tiene la piel blanca, los pezones redondos y los ojos cafés. Francisco la conoce desnuda y sabe que le gusta ser besada en los muslos, en las ingles y sobre el vello negro perfectamente depilado por el que se hunde el dedo de Francisco descubriéndola húmeda, porque Genoveva se pone jugosa en cuanto la acarician y Francisco la acaricia, la engancha con el dedo por la vagina y la hace caminar con las piernas abiertas adelantando el pubis despacio, muy despacio Francisco que así me gusta. No digas nada, recuéstate, sepárate, recíbeme. Genoveva se queda quieta. Francisco la penetra. Se miran como si estuvieran uno contra otro en un ascensor lleno, como si no supieran lo que sucede allá abajo entre sus sexos. Francisco empuja y ella cierra los ojos, entreable los labios, se aprieta. Francisco hace palanca hacia arriba, ella gime; vuelve a empujar y ella vuelve a gemir. Entre ellos no hay ningún laberinto, ninguna palabra, Genoveva es de carne y hueso, no hace falta describirla para que exista, para que se cuelgue con las piernas de la cintura del escritor y le saque por bombeo un chisguetazo de semen caliente que la hace venirse. Genoveva baja satisfecha las piernas y él se desploma hundido dentro de ella.
Genoveva duerme y Francisco tacha la frase con la que iba a continuar la historia de la mujer del telescopio: Es difícil escribir luego de hacer el amor, las palabras no aparecen donde deben, la sintaxis se me pone torpe; pero no tengo sueño y quiero descubrir qué pasa con esa mujer a la que llamaré Ana. No, Ana no, Ana es un nombre que provoca mil cacofonías: mejor que se llame Lourdes: Lourdes mira con su telescopio a los padres de Genoveva que despiden a los últimos invitados de la fiesta, cuando escucha la voz de un hombre que viene del dormitorio: Lourdes, hasta qué horas vas a estar en ese maldito balcón? Ya métete. Y Lourdes se mete: entra en su vida: una vida en la que resulta ser la esposa del hombre calvo que desde la cama le riñe por esa afición de estar todo el tiempo asomándose por un telescopio. Ella guarda silencio ante las protestas de su marido: No vives sola, carajo!!, has agarrado ese telescopio como un vicio. Estaba viendo una fiesta, responde ella, había unas parejas bailando. Y a mí qué me importa que haya fiestas? Necesito dormir, ya acuéstate. Pero Lourdes, igual que Francisco, no tiene sueño y, además, la idea de esa cama tibia en la que se le repegarán por la espalda, en la que le pasarán la mano por el estómago, en la que le meterán un falo ligeramente endurecido que se le vaciará a los dos minutos de ayuntarla, le causa repugnancia. Porque su esposo ha hecho del sexo un trámite para conciliar el sueño, un ejercisio en el que se masturba con ella para caer dormido, y ella siente que en ese cuarto a oscuras se perdieron sus mejores años, porque tiene 30, pero quisiera tener 20 y decirle a ese hombre que no, que de ninguna manera, que por ningún motivo. Pero no dice nada, porque no está segura de que exista alguna escapatoria y se sienta en la cama y se recuesta y se resigna y el esposo, tal cual, la toma por el vientre y así, de lado, la penetra y a los dos minutos se pone a roncar.
Francisco mira las palabras que acaba de escribir: Lourdes aparece en ellas con la lentitud de una imagen en un revelado fotográfico: poco a poco surgen la habitación y el esposo que duerme y la cara de Lourdes en la oscuridad y, más allá, el telescopio. Los elementos de la fotografía recuerdan a Francisco los cuentos de hadas: el había una vez una princesa en una torre, un dragón y un caballero andante; pero su cuento no es un cuento de hadas, ni Lourdes una princesa a la que se pueda encontrar en el laberinto de México, por más que Francisco la mire al leer sus palabras y hasta pueda verle los ojos en la oscuridad: basta con que escriba que un rayo de luz entra por el balcón para que los ojos de Lourdes se iluminen, basta con encender una lámpara dentro del cuento para apreciar las lágrimas que Lourdes se traga; pero la lámpara no se puede encender sin que se despierte el marido de Lourdes y le eche en cara su falta de consideración, y por eso Francisco pela los ojos en la oscuridad de su cuento y se aguanta con el rayo de luz que entra por la ventana, aunque sea un rayo tenue que no le permite ver las lágrimas que él le supone a Lourdes.

continuará...

3 comentarios:

Josefina Palma dijo...

Hola Suly!!!
Por Dios qué ando haciendo aqui? jajajaja no es cierto.
Pues Creo que no es tan fuerte, Ya habia leido algunos libros que manejan ese tipo de cosas asi que no es nada raro que al leer un libro te encuentres un texto como ese, solo hay que tomarlo con madurez.
Y siiii soy una bebé jajajja tengo apenas 16 añitos ya quiero crecerrr!!! hahaha.

bueno, espero la continuación. babay

Josefina Palma dijo...

Aparte que lo que me interesa es el trama, quiero que el destino haga de las suyas!!! jeje.

Magicos Saludos

Josefina Palma dijo...

y tambien un abrazote muy fuerte para ti.

Desde Mexicalia a ¿Mexicali?